domingo, 11 de octubre de 2009

América Latina en el siglo del conocimiento

Por Andrés Oppenheimer

La vieja izquierda y la vieja derecha latinoamericanas sostienen que los próximos conflictos mundiales serán por los recursos naturales, y que la prioridad de los países de la región debería ser proteger la soberanía nacional contra los intentos de las grandes potencias de adueñarse de esos recursos. Suena bonito, pero refleja una realidad mundial que pasó a la historia hace mucho tiempo. A diferencia de lo que ocurría hace dos siglos, cuando las materias primas eran una fuente clave de riquezas, hoy día la riqueza de las naciones yace en la producción de ideas. El siglo XXI es el siglo del conocimiento.

Las materias primas no sólo dejaron de ser una garantía de progreso, sino que en muchos casos son una condena al fracaso. Para muestra, basta mirar cualquier mapa: muchos países con enormes recursos naturales están viviendo en la pobreza, mientras que otros que no los tienen se encuentran entre los más prósperos del mundo, porque han apostado a la educación, a la ciencia y la tecnología. El índice de los países con ingresos per cápita más altos del mundo está encabezado por Luxemburgo, con 54.000 dólares por habitante, que tiene un territorio minúsculo y no vende materia prima alguna. “En los siglos pasados, cuando el desarrollo económico se basaba en la agricultura, o en la producción industrial masiva, ser más grande y rico en recursos naturales, tener más gente, era una ventaja. Hoy día, es una desventaja”, afirma Juan Enríquez Cabot, el académico mexicano que fue profesor de la Escuela de Negocios de Harvard y escribió varios libros sobre el desarrollo de las naciones.

La ex Unión Soviética, el país con más recursos naturales del mundo, colapsó. Y ni Sudáfrica con sus diamantes, Arabia Saudita, Nigeria, Venezuela y México con su petróleo, ni Brasil y la Argentina con sus productos agrícolas, han logrado superar la pobreza. La mayoría de estos países tienen hoy más pobres que hace veinte años. Por el contrario, naciones sin recursos naturales, como Luxemburgo, Irlanda, Lichtenstein, Malasia, Singapur, Taiwan, Israel y Hong Kong, están entre las que tienen los ingresos per cápita más altos del mundo.

El caso de Singapur es especialmente notable. Era una colonia británica sumida en la pobreza, que recién se convirtió en país en 1965. Y era tan pobre que sus líderes políticos han acudido a la vecina Malasia para pedir ser anexados, y regresaron con las manos vacías: Malasia se negó, pensando que hacerse cargo del territorio de Singapur sería un pésimo negocio. En agosto de 1965, cuando Singapur se independizó, el Sydney Morning Star de Australia señalaba que “no hay nada en la situación actual que permita prever que Singapur será un país viable”. Sin embargo, Singapur se convirtió rápidamente en uno de los países más ricos del mundo. Su presidente, Lee Kuan Yew, que había sido abogado de los sindicatos comunistas, concentró todos sus esfuerzos en la educación. Convirtió el inglés en idioma oficial en 1978 y se dedicó a atraer empresas tecnológicas de todas partes del mundo. Al comienzo del siglo XXI, el ingreso per cápita de Singapur era prácticamente igual al de Gran Bretaña, el imperio del que se había independizado.

Por qué Holanda produce más flores que Colombia

¿Cómo explicar que Holanda produce y exporta más flores que cualquier país latinoamericano? Tal como lo señaló Michael Porter, un profesor de Harvard, América latina debería ser el primer productor mundial de flores: tiene mano de obra barata, un enorme territorio, mucho sol, grandes reservas de agua y una gran variedad de flora. Y, sin embargo, el primer productor mundial de flores es Holanda, uno de los países con menos sol, territorio más pequeño y mano de obra más cara del mundo. La explicación es muy sencilla: lo que importa hoy en la industria de las flores es la ingeniería genética, la capacidad de distribución y el marketing.

Otro ejemplo es el de Starbucks, la empresa de locales de café más grande del mundo. Nació en los EEUU en la década del setenta,, y hoy tiene 6.500 tiendas de café en los EEUU y otros 1.500 locales en 31 países. Según Enríquez Cabot, de cada taza de café de 3 dólares que se vende en locales de EEUU, apenas 3 centavos van para el productor de café latinoamericano. Lo que se cotiza en la nueva economía global no es el acto de plantar la semilla, ni la tierra donde es sembrada, sino la creación de la semilla en laboratorios genéticos. “En América latina, si seguimos pensando que por tener biodiversidad estamos salvados, vamos a tener cada vez más problemas. Todavía creemos que el petróleo, las minas o las costas marinas son lo importante. Lo cierto es que, en términos económicos, es más fácil cometer errores cuando eres un país grande y rico en recursos naturales que cuando eres pobre y estás aislado”, dice Enríquez Cabot.

Efectivamente, la mayoría de los políticos y académicos latinoamericanos siguen recitando el cuento chino de que sus países tienen el futuro asegurado por ser poseedores de petróleo, gas, agua y otros recursos naturales. Lo que no dicen, quizá porque lo ignoran, es que los precios de las materias primas –incluso tras haber subido considerablemente los últimos años-se desplomaron en más de un 80 por ciento en el siglo XX, y actualmente constituyen un sector minoritario de la economía mundial. Mientras en 1960, cuando gran parte de los actuales presidentes latinoamericanos se formaron políticamente, las materias primas constituían el 30 por ciento del producto bruto mundial, actualmente representan apenas el 4 por ciento. El grueso de la economía mundial está en el sector de servicios (68 por ciento) y el sector industrial (29 por ciento).

Lamentablemente, a comienzos del siglo XXI, América latina sigue viviendo en la economía del pasado. La enorme mayoría de las grandes empresas latinoamericanas siguen en el negocio de los productos básicos. Las cuatro mayores empresas de la región –PEMEX, PDVSA, Petrobras y PEMEXS Refinación- son petroleras. De las doce compañías más grandes de la región, sólo cuatro venden productos que no sean petróleo o minerales (Wal-Mart de México, Teléfonos de México, América Móvil y General Motors de México.

Una buena parte de Sudamérica centra sus negociaciones comerciales con los EEUU y Europa en exigir mejores condiciones para sus exportaciones agrícolas, algo que es totalmente legítimo y justificado, pero que en muchos casos desvía la atención de los gobiernos de la necesidad de exportar productos de mayor valor agregado. Brasil y la Argentina hacen bien en exigir que los países ricos eliminen sus obscenos subsidios agrícolas, pero están concentrando sus energías en apenas una de las varias batallas comerciales que deberían estar librando. Están poniendo una buena parte de sus energías en ampliar su tajada del 4 por ciento de la economía mundial, en lugar de –además de seguir exigiendo el desmantelamiento de las barreras agrícolas- iniciar una cruzada interna para aumentar la competitividad de sus industrias y entrar en la economía del conocimiento del siglo XXI.

Nokia: de la madera a los celulares

¿Deberían los países latinoamericanos dejar atrás su rol de productores de materias primas? Por supuesto que no. Cuando le hice esta pregunta a David de Ferranti, el ex director para América latina del Banco Mundial, meneó la cabeza, como diciendo que se trataba de una discusión superada. “La agricultura, la minería y la extracción de otras materias primas son áreas de ventajas comparativas para la Argentina, Brasil, Chile y varios otros países. Ellos deberían aprovechar la oportunidad para convertirse en productores más eficientes de estas materias primas, y diversificarse desde esas industrias a otras de productos más sofisticados. Deberían hacer lo que hizo Finlandia”, señaló.

Finlandia, uno de los países más desarrollados del mundo, empezó exportando madera, luego pasó a producir y exportar muebles, más tarde se especializó en el diseño de tecnología, que era mucho más rentable. El ejemplo más conocido de este proceso es la compañía finlandesa Nokia, una de las mayores empresas de telefonía celular del mundo.

Nokia comenzó en 1865 como una empresa maderera, fundada por un ingeniero en minas en el sudeste de Finlandia. A mediados del siglo XX ya diseñaba muebles, y empezó a usar su creatividad para todo tipo de diseños industriales. En 1967 se fusionó con una empresa finlandesa de neumáticos y otra de cables, para crear un conglomerado de telecomunicaciones que hoy se conoce como Nokia Corporation y que tiene 51.000 empleados y ventas anuales de 42 mil millones de dólares. Es el equivalente a cinco veces el producto bruto anual de Bolivia, y más del doble del producto bruto anual de Ecuador.

Y algo parecido sucedió con la multinacional Wipro Ltd., de la India, que empezó vendiendo aceite de cocina, y hoy día es una de las empresas de software más grandes del mundo. El empresario Azim Premji –conocido por muchos como el Bill Gates de la India- llegó a ser el hombre más rico de su país, y el número 38 en la lista de los más ricos del mundo de la revista Forbes, trasformando radicalmente su empresa familiar. Estaba estudiando ingeniería en la Universidad de Stanford, en los EEUU, cuando murió su padre en 1966 y tuvo que regresar a su país a los 21 años para hacerse cargo de la empresa familiar, Western India Vegetable Products Ltd. (Wipro). La compañía estaba valuada en ese entonces en 2 millones de dólares, y vendía sus aceites de cocina en supermercados. Premji inmediatamente comenzó a diversificarse, empezando por producir jabones de tocador. En 1977, aprovechando el vacío creado por la expulsión de IBM del país, empezó a fabricar computadoras.

El negocio fue prosperando, y la compañía comenzó a producir software hasta crearse una reputación de empresa innovadora, con gente creativa. Hoy día, Wipro Ltd. tiene ingresos de 1.900 millones de dólares por año, de los cuales el 85 por ciento proviene de su división de software, y el resto de sus departamentos de computadoras, de lámparas eléctricas, de equipos de diagnóstico médico y –aunque parezca un dato sentimental- de jabones de tocador y de aceites de cocina. La empresa ha triplicado su número de empleados desde 2002, a 42.000 personas, y su sede de la ciudad de Bangalore está contratando un promedio de 24 personas por día.

Al igual que Nokia y Wipro, hay cientos de ejemplos de grandes compañías que nacieron produciendo materias primas y se fueron diversificando a sectores más redituables. “El viejo debate sobre si es bueno o malo producir materias primas es un falso dilema”, me dijo De Ferranti. “La pregunta válida es cómo aprovechar las industrias que uno tiene, para usarlas como trampolines para los sectores más modernos de la economía”. Para hacer eso, la experiencia de China, Irlanda, Polonia, la República Checa y varios otros países demuestra que hay que invertir más en educación, ciencia y tecnología, para tener una población capaz de producir bienes industriales sofisticados, servicios, o fabricar productos de la economía del conocimiento.

(Extracto de “Cuentos chinos” de Andrés Oppenheimer – Editorial Sudamericana SA)